El país de las rectas largas y las montañas puntiagudas.
Por eso me dan claustrofobia las carreteras catalanas. Por eso abomino tomar
una curva con cinco coches más, al costado, ocupando los carriles contiguos.
Por eso Montserrat es un pedrusco y el cielo cotidiano un lugar en el que nunca
pasa nada. Por eso me desbordo cuando hablo. Por culpa de esa naturaleza.
Allá
la vida es tan salvaje, que la literatura sobra. Por eso aprendo a conducir en
autopistas de cinco carriles, por eso intento pensar que Montserrat es una gran
montaña y que el cielo cotidiano es, apenas, una cosa azul que cuelga encima de
mí y que poco importa que no tenga la santa costumbre de volverse apocalíptico.
A
la hora de la vida, prefiero la literatura.
V.