—¿Y eso qué quiere decir?
—Que tiene afectada la
memoria.
—¿Cuánto?
—Mucho.
—¿Se acuerda de vos,
Vidria?
—Sí, papi. De mí, del
Perro, de todos los emperadores, los reyes, las guerras, los camones, las…
—¿Qué son los camones?
—Unos monstruitos
momificados que viven en un museo londinense. Egipcios, creo. Se acuerda de
todo lo histórico. Pero es incapaz de decir lo que pasó tres minutos antes.
—¿Y te disfrazaste de
Cleopatra?
—No. De Livia.
—Bien hecho, zapallita.
¿Por qué no lo llevás a Roma?
—Lo llevo a Roma dentro de
una semana. Pero se olvidará del viaje.
—¿Y entonces?
—Y entonces le regalé una
cámara de fotos de esas supersónicas. Cuando la vio me dijo que acá la gente no
acostumbra a hacer regalos inesperados. Entonces le dije que allá sí. Y le
conté que un día me regalaste una cajita con las llaves de mi primer auto, el
viaje a Boston, el piso de Buenos Aires y todo lo demás.
—¿Y?
—Me pidió que escribiera
una novela con todo eso. Y en seguida me pidió que le volviera a explicar la
historia del escorpión. Y la del jabalí. La del Perro Poqui y la de la Chabela.
El viento, el Parín, la inundación, la batalla naval y su preferida.
—¿Los paracaidistas?
—Los paracaidistas. Y,
después, dijo que teniendo en cuenta que ya no podrá conducir, hice bien en no
haber comprado una Canon en lugar de un coche.
—Es un chico coherente este
Ausiàs. Si no tenemos en cuenta que se enamoró de vos, incluso podríamos
sospechar que es un chico inteligente.
—Sí, papi.
—¿Qué vas a hacer, Vidria?
—Usaré mi memoria infalible
para llenar dos cabezas. Él recordará batallas y yo me encargaré de la vida
cotidiana.
—¿Y no tenés miedo de
volverte loca?
—No.
Tengo miedo de volverme cuerda, tengo pánico a dejar de inventar.