domingo, 8 de enero de 2012

La parte inventada



—¿Qué nuevas preguntas tiene?

—No son preguntas; cuando hablo de certezas iniciales tiene que ver con que yo empezaba a escribir a partir de la trama. Y últimamente se me ocurren sensaciones, ideas sueltas, frases, cosas por el estilo. Siempre digo que era como estar parado en el borde de un muelle al que llegaba un barco: la gente bajaba y yo me tenía que sentar a tomar notas de lo que hablaban. Ahora la sensación, no sé si más grata pero sí con un mayor desafío, es ir al muelle, ver que no llega el barco, rentar un bote y remar hasta un océano donde hipotéticamente se hundió el barco, ponerme un traje de buzo y ver qué encuentro. Y lo que saco son fragmentos del naufragio (…) es un ejercicio más detectivesco y me devuelve un poco más a la idea de lector… cuando empezaba a escribir era más escritor, ahora soy más lector.

—¿Andar por el camino de la intuición es partir del caos?

—Sí, hay una sensación de meterte en una fiesta, en una casa sin luces, y tienes que ver qué pasa. Pero tiene que ver con una preocupación que puedes llegar a tener con el correr de los años o no: el estilo. Alguna vez le pregunté a John Banville, escritor irlandés que admiro mucho: ¿qué te parece más importante, la trama o el estilo? Me respondió: “El estilo avanza por delante dando pasos triunfales y la trama va atrás arrastrando los pies”. 

—Tiene una idea particular de la memoria…

—Sí, es de esas injusticias… porque puedo entender la muerte, pero no la desaparición de todo lo que la persona pensó. Cuando los católicos hablan del alma, creo que hablan de la memoria: esto no se va a ninguna parte, se pudre y desaparece. Si todos fuéramos buenos escritores, tendríamos que escribir una autobiografía antes de morir; debería ser obligatorio, ir de lo superficial a lo profundo, para que la gente supiese qué pensaste, leíste y cómo te cambió o no un autor.






Entrevista al autor de las 365 páginas que empiezan con diez hombres haciendo equilibrio sobre un puente.
Mi libro de cabecera.