—¿Qué nuevas preguntas tiene?
—No son preguntas; cuando hablo de certezas
iniciales tiene que ver con que yo empezaba a escribir a partir de la trama. Y últimamente
se me ocurren sensaciones, ideas sueltas, frases, cosas por el estilo. Siempre
digo que era como estar parado en el borde de un muelle al que llegaba un
barco: la gente bajaba y yo me tenía que sentar a tomar notas de lo que
hablaban. Ahora la sensación, no sé si más grata pero sí con un mayor desafío,
es ir al muelle, ver que no llega el barco, rentar un bote y remar hasta un océano
donde hipotéticamente se hundió el barco, ponerme un traje de buzo y ver qué
encuentro. Y lo que saco son fragmentos del naufragio (…) es un ejercicio más
detectivesco y me devuelve un poco más a la idea de lector… cuando empezaba a
escribir era más escritor, ahora soy más lector.
—¿Andar por el camino de la intuición es partir
del caos?
—Sí, hay una sensación de meterte
en una fiesta, en una casa sin luces, y tienes que ver qué pasa. Pero tiene que
ver con una preocupación que puedes llegar a tener con el correr de los años o
no: el estilo. Alguna vez le pregunté a John Banville, escritor irlandés que
admiro mucho: ¿qué te parece más importante, la trama o el estilo? Me respondió:
“El estilo avanza por delante dando pasos triunfales y la trama va atrás
arrastrando los pies”.
—Tiene una idea particular de la memoria…
—Sí, es de esas injusticias… porque puedo entender
la muerte, pero no la desaparición de todo lo que la persona pensó. Cuando los
católicos hablan del alma, creo que hablan de la memoria: esto no se va a
ninguna parte, se pudre y desaparece. Si todos fuéramos buenos escritores,
tendríamos que escribir una autobiografía antes de morir; debería ser
obligatorio, ir de lo superficial a lo profundo, para que la gente supiese qué
pensaste, leíste y cómo te cambió o no un autor.
Entrevista al autor de las 365 páginas que empiezan con diez hombres haciendo equilibrio sobre un puente.
Mi libro de cabecera.
Mi libro de cabecera.