David Lynch, primero.
Playa, después.
Luna llena. Cerveza. Cigarrillos de flotar.
Verano.
Hablábamos.
No.
Hablaba él.
Yo intentaba escuchar. Pero no lo lograba.
Pero no sólo no lo lograba. Además, me imaginaba que yo era
yo, otra vez, y explotaba y me precipitaba y decía lo que tenía que decir
porque, cuando digo las cosas que pienso, todo sale mal.
Pero, cuando las callo, todo sale peor.
Soy una catástrofe con patas.
Soy la hija de un tornado y una inundación.
En mi vida, todo son excesos.
Pero él hablaba, en la playa, bajo la luna llena, después de
ver una película de David Lynch, en verano, fumados.
Y entonces lo interrumpí.
—¿Tenés
puta idea del esfuerzo que me supone no besarte?
Tenía.
Tenía.
Imagen: Martín Burgos.
Texto: V.