lunes, 20 de agosto de 2012

Escribo


con un brazo.
La moto aparcada, el perro sin alzar, el pelo arratonado, la casa hecha un caos, la biblioteca chica encima de la mesa esperando que mi dislexia y mis tendones la vuelvan a desordenar en los estantes.
W, Z. Así funciona mi abecedario.
Es toca el braç perquè sent un lleuger malestar. Una mena de formigueig que puja fins al coll i desapareix…
Escribí la primera frase de la segunda parte de la novela y, de inmediato, las coordenadas de la literatura se atropellaron y vinieron a reclamarme la porción de vida que les debo.
Escribo con una mano.
Con un brazo.
Con dolores.
Con el codo hecho añicos.
Una fiblada al braç, encara més forta, tensa la banda esquerra del cos del Mussol. El formigueig li puja al coll, a la galta, a la parpella que torna a obrir-se i tancar-se per voluntat pròpia…
No espero que se cure el Mussol y ya no espero que se cure mi brazo. A la mierda los cuidados intensivos.
Escribirte así es lo más lógico. Escribirte con una mano. Con un dolor insoportable que me tumba encima del teclado y te resucita.
—Tu saps on ets la morfina?