miércoles, 17 de julio de 2013

Sin título


Después de once años de cumplimiento de requisitos, todos con apostillas de la Haya (50 dólares cada una), escribanos, copias, colas, sellos y agonías, miro por internet que la nacionalidad española me fue concedida. No me la otorgaron por ser nieta de española, mi abuela Amparo era Asturiana y emigró a los 11 años, los mismos que llevo yo luchando por tener la ciudadanía, porque me dijeron (ahora la ley cambió), que en este país la nacionalidad solo se heredaba por vía masculina. De abuelos a nietos.
O de abuela a nieto.
Nunca de mujer a mujer.
Jamás.
Eso de la ley de igualdad y toda la lucha contra la violencia de género queda tan lindo en los diarios y tan lejos en la realidad.
Pedí cita previa en marzo del 2009 y me dieron turno para iniciar el trámite en junio del 2012. Venga con su cónyuge, me ordenaron. ¿Y si dejamos de querernos?, pensé yo.
Fuimos.
Queriéndonos.
Y ordenados.
Me entregaron un papel donde figuraba el número de expediente y la dirección electrónica para ver el estado del trámite. Calcule unos dos años más, dijeron. ¿Y si me muero antes?, pensé.
Sobreviví.
Sobreviví para leer, en negrita y subrayado, el otro papel que me entregaron con los pasos a seguir: una vez concedida, el Ministerio de Justicia y el Registro Civil se pondrán en contacto vía carta para notificarle la resolución y darle turno para jurar la constitución.
En la página del Ministerio, donde puedo clicar el link: ¿Cómo va lo mío? (no es simpático a pesar de la intención de cercanía) vi, hace dos días, que finalmente había sido agraciada con la aprobación de la españolidad. Y decía, también: esta información no tiene ninguna validez legal, sólo la tendrá la que recibirá por correo. Como la fecha de resolución era de febrero, hoy llamé para saber si demorarían mucho más en notificarme lo que ya está publicado en el ciberespacio desde Febrero. Me pareció que seis meses era tiempo más que suficiente para enviar una carta.
Me dijeron: Ah, no, ahora es usted la que tiene que venir, imprima la resolución y apersónese en este registro. Pero acá dice que me tiene que llegar una carta, que sin la carta física la notificación telemática no tiene validez. Ah, sí, pero eso ya no es así. Cambió. Si se quedaba esperando unos meses más, perdía la concesión de la nacionalidad.
Tuve espasmos, ataques de pánicos, giré sobre mi propio eje, el Perro se atragantó con un hueso, vi funcionarios que ascendían a los cielos mientras yo seguía ardiendo en las llamas del infierno y entonces, clavé el ojo en la frase: deberá jurar fidelidad al Rey… (Fin de la cita.)
Hablé en lenguas extrañas palabras inconvenientes. Después, me tranquilicé.
Entonces, imprimí mi resolución y me senté a esperar pacientemente que amanezca mañana para ir al Registro Civil a notificarles que me tienen que notificar que ya puedo ser española. (Si més no, durant un temps, malgrat la fidelitat que hagi de jurar.) El perro se subió al sofá y se puso a dormir en posición bonsái de elefante.
Le dije que dejara de hacer broma.
El perro suspiró.
Me puse a leer atentamente el impreso con el fin del periplo y descubrí que ya no nací el 5 de noviembre de 1969 sino el ¡10 de julio de 1975! Tengo 38 años, no 43, pienso entusiasmada, pero enseguida me vuelvo a aterrar porque si el error significa que hay que enmendarlo a la velocidad burocrática española…
El Perro mueve la cola, histérico.
Yo muevo las pupilas, histérica.
Busco en la letra chiquita de la resolución si la nacionalidad viene con un título de ingeniero, médico, físico nuclear, algo que enmiende y repare los años de papeleo inhumano, la paciencia eterna, el terror a los sellos, a las copias, a la típica mirada despectiva del imbécil de turno que te dice: falta un papel; el asco que te produce la voz de la señora que te dice: ah, no, ahora ya no es así, ahora lo tiene que traer usted; pero la página web dice todo lo contrario; bueno, pero ya no es así, ahora cambió…
Y la cólera se incrementa cuando leo 10 de julio de 1975, mientras recuerdo los mil cien formularios, de las mil cien fotocopias compulsadas, a las mil cien partidas de nacimientos, libro de familia, etc etc etc, que entregué en mi vida de exiliada para que, al final, un funcionario ponga mal la fecha de nacimiento y, otra vez, y ya van dos, alguien tenga que borrarme de la página de un libro, para escribirme, sin errores, en las páginas de otro.
¡Viva España!
(Continuará.
Creo.)
-¿Fecha de nacimiento?
-¿Cuál? ¿La de verdad, la que figura en el registro civil de Morteros, o la de mi versión española?