jueves, 6 de febrero de 2014

Epilepsia focal


—¿Y eso qué quiere decir?
—Que tiene afectada la memoria.
—¿Cuánto?
—Mucho.
—¿Se acuerda de vos, Vidria?
—Sí, papi. De mí, del Perro, de todos los emperadores, los reyes, las guerras, los camones, las…
—¿Qué son los camones?
—Unos monstruitos momificados que viven en un museo londinense. Egipcios, creo. Se acuerda de todo lo histórico. Pero es incapaz de decir lo que pasó tres minutos antes.
—¿Y te disfrazaste de Cleopatra?
—No. De Livia.
—Bien hecho, zapallita. ¿Por qué no lo llevás a Roma?
—Lo llevo a Roma dentro de una semana. Pero se olvidará del viaje.
—¿Y entonces?
—Y entonces le regalé una cámara de fotos de esas supersónicas. Cuando la vio me dijo que acá la gente no acostumbra a hacer regalos inesperados. Entonces le dije que allá sí. Y le conté que un día me regalaste una cajita con las llaves de mi primer auto, el viaje a Boston, el piso de Buenos Aires y todo lo demás.
—¿Y?
—Me pidió que escribiera una novela con todo eso. Y en seguida me pidió que le volviera a explicar la historia del escorpión. Y la del jabalí. La del Perro Poqui y la de la Chabela. El viento, el Parín, la inundación, la batalla naval y su preferida.
—¿Los paracaidistas?
—Los paracaidistas. Y, después, dijo que teniendo en cuenta que ya no podrá conducir, hice bien en no haber comprado una Canon en lugar de un coche.
—Es un chico coherente este Ausiàs. Si no tenemos en cuenta que se enamoró de vos, incluso podríamos sospechar que es un chico inteligente.
—Sí, papi.
—¿Qué vas a hacer, Vidria?
—Usaré mi memoria infalible para llenar dos cabezas. Él recordará batallas y yo me encargaré de la vida cotidiana.
—¿Y no tenés miedo de volverte loca?
—No. Tengo miedo de volverme cuerda, tengo pánico a dejar de inventar.